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La celebración de los 30 años de videojuegos con Astro Bot es también un recordatorio de todo lo que ha cambiado en este tiempo, de cómo determinados tipos de juego ya no tienen cabida y cómo el sector es cada vez más conservador y menos arriesgado. Y para mí, eso es un error...
Creo que no hace falta que repita lo mucho, muchísimo, que me ha gustado Astro Bot. No sé si será el GOTY o no, y es algo que en el fondo me da igual, porque cada uno tendremos nuestro favorito a final de año, independientemente de las votaciones y premios que surjan a partir de The Game Awards.
Por eso, no os voy a volver a dar la brasa repitiendo que es de lo mejorcito que vais a poder jugar en PS5 este último tercio de año. Salvo que no te gusten nada de nada los plataformas, es un hecho innegable, y no lo digo solo yo.
Pero igual que me ha gustado, no es menos cierto que Astro Bot también me ha dejado cierto regusto agridulce en la boca. Un poco hecho polvo al recordarme tantísimas cosas. Y no, no es por sus cualidades en sí, ni por el trabajazo de Team Asobi, que es estupendo.
Es algo que comenté con Rafael Aznar unos días antes de publicarse el análisis de Astro Bot en la web, pensando en el artículo de opinión para el siguiente número de la revista impresa (y que al final comparto aquí), que el juego me había encantado, pero que me había provocado un "daño colateral" inesperado.
Es más bien un mensaje paralelo que produce el juego sin intención, sin buscarlo. Y que me ha tocado más como jugador, que como alguien que trabaja en un medio de videojuegos desde hace 26 años (sí, muchos de los cameos y homenajes pasaron en su día por mis manos).
¿La razón? La celebración de los 30 años de PlayStation adopta la forma de un maravilloso juego que, paradójicamente, también es un doloroso recordatorio de dónde venimos y hacia dónde vamos. De cómo ha cambiado la industria. De cómo ya no hay sitio para según qué tipo de juegos.
Ver algunos títulos que estuvieron en los primeros años de vida de PlayStation, como el memorable plataformas Jumping Flash! (que tuvo una secuela y spin-of, para luego desaparecer de la faz de la tierra), es uno de los mejores ejemplos de ello. Juegos que ya hoy no tienen cabida en esta industria, pero cuya huella y sensaciones seguimos recordando, 30 años después de su lanzamiento.
No voy a decir que Astro Bot es un memorial a los caídos, ni un cementerio de IPs muertas porque el objetivo no es ese, ni el festivo tono del juego quiere provocar esa sensación. Es un homenaje, y como tal cumple perfectísimamente su función.
Pero resulta un complicado no abstraerse y pensar en que los juegos con premisas originales, arriesgados, que experimentaban con ideas locas, hoy en día ya no tienen cabida y han sido desplazados por superproducciones y juegos con unos presupuestos tan elevados, que necesitan triunfar sí o sí para mantener la viabilidad de la compañía.
Lógicamente, estoy dejando fuera de la ecuación a los estudios indies, que muchas veces no tienen ni los medios, ni la visibilidad para llevar a buen puerto sus ideas, aunque cada vez más están ocupando ese hueco que no cubren los grandes estudios.
¿O de verdad pensáis que alguien iba a invertir hoy día decenas de millones en un juego protagonizado por un conejo robot que salta cientos de metros de altura? ¿O por una cebolla y un perro planos como el papel? Ya no voy ni a ideas tan estrafalarias. Es que ya no se apuesta ni por los juegos de ritmo, como pueda ser Patapon, que era una gozada, y es algo "más reciente".
Solo hay que recordar algunas de las consecuencias más claras derivadas de este cambio de paradigma: la completa disolución del Japan Studio de PlayStation, de donde salieron verdaderas joyas y obras maestras que han marcado diferencias en el catálogo de PlayStation. Sí, estoy llorando por ti, Shadow of the Colossus, y de lo maravilloso que fue verte correr en PS2.
Puede que no fueran juegos para todo el mundo, pero conformaban un ecosistema con propuestas más variado, experimental, rico en ideas. Los tiempos y el mercado han barrido toda marcianada jugable en pos de propuestas más convencionales, convirtiendo el sector del videojuego en el día de la marmota, la repetición de ideas porque, en el fondo, es "lo que consumen los jugadores".
Me resulta inevitable, cuando veo esos juegos que ya jamás volverán (salvo en forma de remaster o remake), no acordarme del primer día que puse Vib Ribbon y la gente me miraba como loco porque estaba "jugando a eso" en blanco negro, con un conejo horrible y una voz agudísima... y que me lo estuviera pasando bien (por si no se ha notado, soy fan total de Masaya Maatsura).
Recuerdo las horas de descanso de la comida con Javier Dominguez, el compañero con el que empecé a trabajar en HobbyConsolas en 1998 (y que ya no está en la compañía) jugando a dobles a UnJammer Lammy con el sonido a toda leche y Amalio Gómez, el director de la revista, cerrando su despacho con un sonoro portazo porque no aguantaba "el ruido".
O lo que me reí con las loquísimas reacciones del primer mono de Ape Escape cuando intenté capturarlo probando por primera vez un Dual Shock. Y no quiero seguir poniendo más ejemplos, porque creo que son más que suficientes. Eran juegos que proponían cosas distintas, y ahí residía su magia, su encanto, el halo que hace que, quienes los probamos, los sigamos recordando.
Hoy en día, si quieres algo que se salga de la norma, de lo establecido, te tienes que pasar al territorio indie. Las grandes editoras ya no apuestan por este otro tipo de juegos. Y me apena enormemente que no sean tan atrevidas como antes. Porque al final, todos salimos perdiendo.
Lo bueno es que Astro Bot ha demostrado que no es necesario que todo sean super producciones AAA, que hay vida más allá de The Last of Us, Horizon y Spider-Man. Quiero pensar que hay hueco para la esperanza, para proyectos más pequeños y medianos, con propuestas distintas e interesantes. Ojalá que lo nuevo de Team Asobi le abra los ojos a los que mandan.
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